domingo, 6 de julio de 2014

Los últimos minutos - 3


Diciembre 29


En el sueño, que apenas duró un par de minutos, Teresa y yo estábamos sentados en un anfiteatro al aire libre. Nos rodeaba una cadena de montañas. Pink Floyd tocaba, solo para nosotros. Nos miramos, sonriendo. No quería que desapareciera. De alguna manera, no podía seguir soñando si ella no estaba a mi lado. Imaginaba que si la tocaba, si rozaba su brazo, desaparecería al instante. Me daba miedo que el resto del sueño no estuviera ella. Cerré los ojos y apreté los músculos, esperando que ningún espasmo me traicionara. Una brisa me hizo abrir los ojos. Teresa ya no estaba a mi lado. Pink Floyd se había vuelto a separar. En los rescoldos del sueño un violinista me miraba con los brazos colgando, sosteniendo el violín en una mano y el arco en la otra. Un viento frío me recorrió la espalda.

Salí a caminar. Mientras caminaba creo haber visto a un hombre, a lo lejos. ¿Sería posible que alguien me espiara? Deseché la posibilidad muy pronto. Había donado la mitad de mi fortuna, heredado en vida la otra cuarta parte y calendaricé la otra cuarta parte para el resto de mis días. Antes de rentar la cabaña, hice decenas de preguntas al dueño, quien me miraba con ojos más pesados a cada una, como un tren que apenas llega a la estación. Una de las preguntas era si él sabía cuántas personas habitaban cerca. Tras haber vivido algunos secuestros, incluso en el lugar más frío y lejano del mundo, podría encontrar un enemigo. O un fantasma. Recorrí millas a la redonda, buscando huellas humanas. Regresé resoplando a la cabaña. Y encontré la puerta abierta.


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