domingo, 13 de abril de 2014

Antesala al primer beso

Sobra decir que Abigail y yo jamás nos hemos besado. Por eso me resistía tanto, como si ya supiera qué iba a pasar, como si hubiera leído nuestra historia en un cómic recién comprado el domingo después de volver de la plaza y soportar al abuelo. Hoy decidimos venir al cine. Igual que la cita anterior, un mes hace, solo que aquella vez no me costó trabajo tomarle la mano. Y a ella tampoco, aunque su respiración sí se hizo más rápida y agitada, así como me dijo Juan Alberto que sucedería, antes de que decidiera largarse a la guerra, también hace un mes. No lo extraño, tengo la habitación solo para mí, aunque no use su cama. Solo extraño sus consejos. Si no lo hubiera tenido cerca, creo que no habría llegado hasta este momento. ¿Qué más da? Ahora es cuando me vuelvo consciente de la sala, de Abigal que tiene su rodilla junto a la mía y de que estoy pensando todo esto porque la película de hoy es más aburrida que las que siempre escoge.

¿Por qué la dejas escoger las películas? - me preguntó una vez mi amigo Rodrigo. Pues fácil, le dije, porque si las escogiera yo le pondría atención a las películas y no a sus manos y a su respiración. Así discutíamos por horas, él alegando que uno no debería dejar de ver la pantalla, que deberían prohibirles la entrada a los que hablan en el cine, pero la verdad es que yo no estudié cine como él y ni me interesa, así que durante dos horas puedo dedicarme a observar las manos y la respiración de Abigail e imaginar  el momento cuando la bese (lo cual sucederá hoy, irremediablemente) para entonces poder decir que soy un maestro en el terreno de las cita amorosas. Ahora que la película va a la mitad (eso creo), es momento de que le tome la mano como la vez anterior y esperar a que su cuerpo reaccione de manera que pueda acercar su cara delicadamente con mi mano y la atraiga hacia mí. No es un movimiento que haya ensayado, aunque una vez lo practiqué en mi cama y Juan Alberto me sorprendió haciéndolo. No, no seas tarado - me dijo, tienes que hacerlo más rápido pero más suave. Mi ceja levantada hizo la labor de preguntarle y me respondió con un curso de dos horas sobre cómo besar a una mujer por primera vez en el cine. Cuando la puerta se cerró, justo antes de irse a la guerra, me cuestioné por primera vez por qué sabía tanto de citas en el cine si él casi nunca iba al cine. Abigal apretó mi mano y la película se volvió sorprendentemente más graciosa. Ella sonreía pero jamás volteaba a verme. No sé si sería mejor o peor. Si volteaba entonces no había remedio, la puerta estaba abierta y yo tendría que entrar; pero si no volteaba, yo tendría que tocar la puerta. Jamás imaginé que el tiempo pudiera arrastrarse tan lento. Ni la más aburridas de las películas, ni las obligatorias excursiones a pescar con mi abuelo podrían durar tanto como ese momento. Abigal lanzó una carcajada y apretó más mi mano. Yo me reí falsamente y pensé que voltearía a verme pero no lo hizo. Recordé la imagen de un bateador después de agitar vigorosamente su bat con la convicción de que le pegaría a la pelota. Su cara y la mía serían la misma en este momento. Por alguna razón recordé que por la mañana había llegado una carta desde el frente de guerra. Juan Alberto no había escrito, pero qué bueno que por fin lo había hecho, así mi madre dejaba de leer esos estúpidos periódicos que solo hablan de la guerra. Abigail hizo un ruido extraño con la boca y le pregunté si estaba bien. Por primera vez en toda la película nos vimos a los ojos. Ver a alguien en la oscuridad es una cosa, pero en la oscuridad de la sala de cine siempre hay un reflejo inevitable. Abigail me sonrió y me dijo que sí, y me preguntó si yo estaba bien. No supe qué responder, pero sabía que tenía que decir algo. A veces creo que las mujeres escuchan lo que pensamos. En ese momento creí que lo había hecho, incluso dudé que de mi boca había escuchado una súplica, un bésame por favor. Si ella lo hubiera hecho antes o después todo habría sido en vano, pero fue justo en ese momento que Abigail decidió ser ella la que siguiera las instrucciones de Juan Alberto, a pesar de no haberlas escuchado. Mi cuerpo se fue deslizando como una balsa hacia un lago y todos mis músculos se desvanecieron. Creí que por fin todo habría terminado, pero todo lo contrario. ¿Qué iba a pasar ahora, después de esos segundos de eternidad que son el primer beso? Juan Alberto no  me había dicho nada para el después del beso. Yo tendría que esperar hasta que terminara la guerra para que volviera y entonces saber qué hacer, pero el beso ya había pasado y ahora era demasiado tarde. Segundos después, la vida había cambiado. Mi mano todavía temblaba, mis labios estaban húmedos de los suyos y Abigail y yo teníamos oficialmente una marca en nuestras vidas. Pero... ¿cuál? Las preguntas me llenaron de miedo y creo que nunca había sudado tanto como en ese domingo, en una sala de cine después de haber besado por primera vez a una hermosa chica cuyos ojos a veces eran verdes y a veces azules. ¿Qué tienes? - me preguntó pero yo no supe qué decir, pensé en Juan Alberto y por alguna estúpida razón creí que la respuesta para el después del primer beso estaba en el sobre que había llegado desde la guerra. Tengo que irme - dije balbuceando y me levanté casi corriendo. No supe cuanto tiempo corrí hasta llegar a casa. Solamente después de haber llegado y encontrar a mi madre llorando, supe que las respuestas se habían agolpado para responderse todas al mismo tiempo. También supe, cuando descubrí que Abigail había corrido tras de mí hasta la casa, qué era lo que vendría después del primer beso.


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