Sobre esta plancha de mantequilla que es mi vida he estado caminando, a tropiezos, como si cada pared decidiera moverse a cada paso que voy dando. Hoy también se movió la ventana de lugar. Los segundos dejaron de ser segundos hace tiempo. Ahora son gotas que se arrastran por la ventana. A veces tardan una tarde en llegar hasta donde se detendrán. Deberían llegar a donde otras gotas esperarían, pero tardan tanto que las primeras se han secado ya. Alguien dejó el silencio en una caja desde hace mucho tiempo. Debo confesar que desde entonces no me da miedo que las paredes se cambien de orientación. Incluso me he acostumbrado a la sangre en la cara. Tal vez por eso ya nadie venga a verme. Incluso los carteros ya no tocan a la puerta. Hoy, mientras la vecina de al lado le gritaba noséquécosas al vecino de enfrente, estuve a punto de abrir la caja. Tropezarme fue preocupación de días pasados. La sangre en mi cara también. Hoy solo es el silencio guardado en esa caja.
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