"Una broma es algo muy
serio"
Charles Churchill, The
Ghost
Como a muchos, como a
miles, me parece pavorosa e indignante la situación y -por supuesto-
condeno también los asesinatos. Digo asesinatos, pero no sólo los
asesinatos de los doce miembros de la revista satírica Charlie
Hebdo sino de cualquier persona en el mundo. De los 43, los
72, los 45, los tristes eternos números. De todos aquellos que han
sido asesinados, víctimas de un daño colateral, en un atentado
terrorista (vivimos uno en Morelia, por cierto), víctimas de las
balas ajenas o no, de la intolerancia, de los que no debían morir en
manos de otros, si es que eso de “deber morir” cabe. En suma:
condeno cualquier asesinato, que es casi decir: condeno la historia
de la humanidad.
A
pesar de ello Je ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie), ni
jamás querré serlo. Explico por qué. Hace unos días discutíamos
brevemente sobre qué significaba “ser Charlie” en estos
momentos. El mensaje, la consigna, vienen acompañados de la
inevitable ambigüedad de la brevedad. Je suis Charlie
probablemente implica ser partícipes de la pena de este
asesinato. Claro, ¿cómo no ser partícipes de una pena como ésta,
como miles? Pero también puede implicar ser partícipes del ahora
sagrado derecho a la libertad de expresión. Guerra invisible a
veces, tenebrosamente avasalladora en otros momentos, donde se ven
las banderas ondeando, aquí y allá, las de 'libertad' contra las de
'intransigencia', 'extremismo' y 'terrorismo'.
¿Y
qué significa, realmente, tener libertad para expresarse? Si
hablamos de caricaturistas, en un país como México, significa el
privilegio de tener “moneros” (como les llamamos coloquialmente);
significa poder respirar un poco de tanta coerción del Estado.
Significa burlarse de los que nos tienen encima, que casi siempre son
los políticos. En un país como Estados Unidos, significa una
auto-reflexión, una burla a sí mismos y, por supuesto, a los
políticos como en todos los países. Sin embargo, como mencionaba
David Brooks del New York Times, una caricatura
como las que publicaba Charlie Hebdo sería motivo de
protestas de inmediato si se publicara en EEUU y seguramente alguien
sería expulsado inmediatamente de su trabajo.
¿No
fue Justin Sacco despedida de Interactive Corp por
tuitear: 'Voy a África. Espero que no me de SIDA. Broma, soy
blanca!'. Eso no quiere decir que EEUU pueda presumir de ser un país
donde las culturas se han integrado, pero sí es algo muy grave eso
de cuidar la apariencia de serlo. No es mejor, por supuesto que no.
Entonces, ¿por qué en Francia, libertad de expresión significa
poder burlarse de las religiones y las culturas?
La
bandera se ondea según la conveniencia. Las libertades, siempre, son
a conveniencia. Decía Stephane Charbonnier que él no vivía bajo
las leyes del Corán sino las leyes francesas. Y son las
mismas leyes francesas las que no permiten que las mujeres utilicen
velo. El argumento francés es que protege la seguridad e igualdad
entre hombres y mujeres. ¿Y si una mujer quiere utilizar la burka,
solo porque se le da su gana? Pues no. Para el Estado Francés la
igualdad es un valor superior al derecho a ejercer la religión.
Muchas
personas han ondeado la bandera de Voltaire, la consabida frase “...
defenderé hasta la muerte tu derecho a expresarlo”. Contexto de
por medio: Voltaire no vivía una época de grandes e infinitos
medios de comunicación, no había cinco o seis millones de
musulmanes viviendo en Francia. Más aún: Francia todavía no
iniciaba su colonización de África del Norte.
Una
discusión más o menos similar se desarrolló en Hollywood, hace
menos de un mes. Fue una llamarada de petate de un supuesto debate
sobre la libertad de expresión. Incluso Barack Obama condenó el
'atentado a la libertad de expresión'. Los medios norteamericanos no
se limitaron a cuestionar si "estaba bien" o no hacer una
película donde, de manera satírica, un par de periodistas ineptos
asesinan a Kim Jong-Un, jefe del Estado Norcoreano. Nadie se detuvo a
pensar en algo tan sencillo como lo hizo un editorial del Global
Times, periódico oficialista Chino: “Sin importar lo que la
sociedad estadounidense opine sobre Kim Jong-Un, Kim sigue siendo el
jefe de un Estado”.
Estamos
tan malacostumbrados al humor de Hollywood, probablemente tan
colonizados por su industria del entretenimiento, que nos pasa
desapercibido cuando una ofensa es exhibida en películas, series o
caricaturas. ¿Deberíamos indignarnos por esto? Probablemente no,
pero probablemente sí. Si nos detenemos a ver cómo lo hace por
ejemplo Seth McFarlane, autor de Family Guy, famosa
serie animada o como lo han hecho Trey Parker y Matt Stone, autores
de South Park, tal vez cambiaríamos de parecer. Aún
cuando Parker y Stone parecen tener un colchón de conciencia más
aguda que McFarlane, quien tiene una ejemplar habilidad para hacer
reír con los estereotipos raciales.
Sin
ir más lejos, The Book of Mormon (El libro del Mormón)
de Parker y Stone, es un musical que hace una extensa burla sobre los
mormones. Cuando fui a ver la obra en un teatro de Los Ángeles, no
pude evitar reírme. ¿Esa era la intención, cierto? Y no quiero
darme un latigazo de moralidad, pero sinceramente, hasta hoy nunca me
detuve a imaginarme: ¿Qué tal que yo fuera Mormón? De verdad: ¿Qué
tal que yo fuera mormón? Qué tal que hubiera nacido en Utah, que
hubiera sido educado en un contexto mormón y mis reglas y mi moral
fueran así. Qué tal que un día encuentro que hay una obra de
teatro, un musical muy exitoso donde se burlan de mi religión. ¿Me
indignaría? Claro. ¿Me dolería o me haría sentir mal? Por
supuesto. ¿Debería tener la suficiente consciencia y “apertura”
para recibir críticas? No, ¿por qué habría de hacerlo? ¿Podría
hacer algo para “combatir” esa lluvia de burlas y críticas? No.
Tendría que tragarme la “píldora amarga” y aguantarme. ¿Hice
yo algo para que se burlaran de mí? No. O tal vez sí, ser mormón.
¿Y entonces? Pues nada, así es la vida.
Los
ateos, los agnósticos, si hoy día tienen esa cómoda postura,
pareciera que automáticamente tienen una posición superada y
privilegiada, y por lo tanto el derecho a burlarse de los que sí
creen. En las bromas, en el humor, reside mucho de este privilegio.
Es la casa cómoda en la que viven. Sin embargo, Charlie
Hebdo, como Rogen y Franco, como muchos en Hollywood, como
Seth McFarlane, como Parker y Stone, como Bill Maher, como tantos
cómicos, como miles de medios, comunicadores, caricaturistas,
animadores, cineastas, tienen algo que las minorías y en general la
población no tienen: el poder de los medios, el poder de
hacer llegar un mensaje muy muy lejos y, lo más importante, sin
derecho de réplica. Claro, se puede argumentar que no existe la
réplica en una broma, es un absurdo. Sin embargo, el mensaje
sigue siendo unilateral. Como un misil que cae, como una bala que
cruza el cuerpo o como una pluma que dibuja.
Un
mensaje como los que Stephane Charbonnier mandaba, semanalmente,
tenía el poder de llegar a miles de lectores. Pocos musulmanes en
Francia tienen ese poder. Y no llamémosle derecho. El caso de la
película The Interview es muy parecido: tiene el poder de
llegar a miles o millones, pero ¿podría Corea del Norte hacer algo
mínimamente equiparable? ¿Una película donde se burlen de Obama?
¿Que tenga el mismo éxito? No. Nunca en cientos de años.
Hoy
día ser ateo y estar 'al aire' o en impreso es -mediática y
humorísticamente hablando- ser el niño ojete de la primaria. O
secundaria o prepa. Es ser el niño más grande y fuerte que tiene su
pandilla de amigos y que escogió al niño más pequeño e indefenso
para chingarlo una y otra vez. Así, el otro oprimido, el “bulleado”,
cuyo único error ha sido ser inscrito en tal escuela, sólo puede
aguantar el hecho de estar ahí y ser diferente. Hasta que un buen
día, el niño revienta. Y hace algo. Implosiona o explota, pero hace
algo.
¿Justifica
esto el asesinato? Por supuesto que no. Si 'haces patria y matas a un
chilango', si un hincha de Boca mata a uno de River, si un policía
blanco mata a un civil negro, si un misil israelí mata palestinos,
si un yihadista mata a un caricaturista, de una u otra forma, todo
esto es condenable. Pero detenerse y regresar la película un poco
serviría para entender o tratar de entender que toda forma de odio
tiene un origen y casi siempre viene de una opresión. A veces de
décadas o cientos de años. Probablemente en el camino, en esa largo
vía crucis que es la diacronía, tal vez encontraríamos el eslabón
perdido que llevó a muchos al fanatismo. Algunos, en ese crescendo
de molestia devenido odio, se convirtieron en esta rabia a muerte.
Otros, a lo mejor usaron esa rabia de otros para su propia búsqueda
de poder. Como diría Spinoza: “No llores, no te indignes:
entiende”.
¿Tenemos
el derecho a ofender? No lo sé. Tal vez al que me oprime sí pero no
al que me molesta que exista por el hecho de ser diferente. Yo fui
criado católico y en algún momento renuncié a la religión. Odio
muchas cosas de la Iglesia Católica pero no puedo odiar a un
guadalupano, por más que no comparta su fervor. Durante muchos años
tuve la oportunidad de ser alguien que podía enviar un mensaje a
muchos. Todavía lo hago. No a miles como Charlie Hebdo,
McFarlane, Parker o Stone o cualquiera. Nunca fui caricaturista,
supongo que todo lo anterior sería inmediatamente desechado y la
argumentación de un caricaturista tendría que ser la adecuada. Pero
he sabido qué es ser leído o escuchado, por algún grupo de pequeño
de personas y, siempre o casi siempre, procuré no “cagarme en
dios” al aire o en impreso o en película, a diferencia de cuanto
me gusta hacerlo con mis amigos, en privado.
Fuentes:
http://www.hrw.org/es/news/2014/07/03/francia-sentencia-sobre-uso-de-velos-que-cubren-el-rostro-atenta-contra-derechos
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/01/09/actualidad/1420843355_941930.html
http://www.globaltimes.cn/content/897742.shtml
http://www.theguardian.com/world/2013/dec/22/pr-exec-fired-racist-tweet-aids-africa-apology
https://www.youtube.com/watch?v=zFeNLEnV8r4
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