Querida:
Te
escribo con un pie en verano y otro en otoño. Acá no se ponen
amarillas las hojas y el sol quema como si fuera una sartén en el
fuego. El cielo, sin embargo, nunca deja de ser azul como el mar,
como tus ojos. Y he me aquí otra vez, flotando en la balsa que lleva
tu nombre.
Siempre,
Adrián
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