jueves, 13 de noviembre de 2014

Las ventajas de tu partida

Ya no habrán más personajes a los cuáles sea preciso robar sus ropas y voces. Por fortuna la salud mental volverá, como cuando vuelve el agua a un arroyo que estaba seco. En adelante se pondrán amarillas las teclas del piano, no habrá que limpiarlo a diario, esperando que vengas un día, cualquier día a interpretar por fin alguna pieza de Chopin. No será necesario pensar cuántas tazas de café turco puedo aguantar en una semana o dos o lo que dura el viaje que tanto anhelas. Las hojas de aquello que parecía ser un boleto de avión se hundirán en el agua de la lluvia y no será un desastre ecológico verlas perderse.

No cantaremos, ni inventaremos nuevos mundos. Ahora guardaré canciones para cantarlas en un futuro, si es que existe. Ya no se romperán los dedos. Las notas que esperaban en el pentagrama perderán su cabeza y el silencio blanco inundará la página.

No aparecerá a media noche, en un bar cualquiera de North Hollywood, una mujer asiática a decirnos cual oráculo espontáneo que viviremos la vida juntos. No tendré que apoyar los codos en ilusiones. La próxima vez que vuelva a caerme el golpe será menos duro. Por fin volverán mis horas de sueño, así que ya no necesitaré la noche para escribirte estos largos poemas que termino guardando, siempre por miedo a que vuelvas a ignorarlos.

Afortundamente el señor de la oficina de correos no me pedirá una vez más que revise el nombre de tu calle y (¡Gracias!) por fin ya no voy a tropezarme con la gente mientras pienso de qué color va el moño del esmoquin, de esos que se utilizan en las bodas. Tampoco tendré que romperme la cabeza en escoger la sorpresa musical que iba a darte con el anillo guardado en una mano. El bar no tendrá que esperar toda la noche para que al fin le des al micrófono del Karaoke una razón de ser.

Mejor así. Ya no tendré que planear la mudanza ni el futuro en un país que me aburre tanto y que aún no puedo descifrar por qué lo has escogido como próximo destino.

Lo difícil, lo más difícil, será dejar de creer que la vida era mejor a tu lado. Ahora suspiro aliviado porque no tengo que llevar a nuestra hija Ana, al salón de urgencias por haberse caído del banco del piano. Hoy por la noche, cuando entienda por fin que te has marchado y que tal vez nunca estuviste, cerraré los ojos y en alguno de los sueños vendrá Ana con su cabellera rubia y sus ojos carmelos - esos tan hermosos que heredó de su madre- y me preguntará por qué no fue lo que iba a ser, a dónde te has ido, con quién te has ido y por qué, después de tantos sueños, ella no va a nacer.

La respuesta será sincera, amarga, vertical y breve, tan así que cuando cuente esto a alguien en un café, me dirá que no es conveniente decirle a una niña eso. Yo responderé que solo fue un sueño y que la vida, desde que te fuiste, no es más que una pesadilla.

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