No siempre pienso en quitarle letras a las palabras, pero me gusta como suena amorosos sin la “a”. Suena a quitarle el placer a la palabra y dejarla en obligación, aunque la palabra en sí no signifique lo que Hacienda me ha instruído a pensar: “moroso” utilizado en vez de “deudor moroso”, casi llegando al punto que un mero “deudor” es un “moroso” cuando en realidad “moroso” es otra cosa. Quitarle una “a” a las palabras podría sonar a mutilarlas, como si uno fuera dueño de ellas, lo mismo que quitarles eses o sustituirlas. Somos dueños de las palabras pero no siempre nos atrevemos a mutilarlas: acaso sustituirlas en público o aletargarlas en una borrachera. Siempre que exista una nonada de entendimiento habrá eso que entre los hombres fluye para alcanzar la verdad juntos. Según su santidad, la real academia de la lengua española, “moroso” es aquel que incurre en la morosidad y, así mismo, morosidad se refiere a una demora. Así, es posible que el cincuenta por ciento de los morosos puedan también ser amorosos. Si jugáramos un poco, podríamos hacernos creer que amoroso, moroso y demoroso es exactamente lo mismo y que la única diferencia es la del vestido.
Y a mí, me encantaría “moroso” como segundo nombre. O “amoroso”.
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