El elevador se detiene a mitad del camino y todavía no has terminado de descubrir cómo fue que no se detuvo entre un piso y otro sino que siguió hasta el Penthouse. A ella parece no importarle y en cierto modo te causa extrañeza que en vez de preocuparle que el elevador se haya detenido se dedique a tomar una foto a los espejos. El elevador arranca de nuevo. No sabes sin sonreirle o no. Incluso te das cuenta de cómo la miras por primera vez y la encuentras distinta a cómo la viste antes de que subieran al elevador, cuando la creías de cabello rojizo y ahora es de cabello castaño, su espalda era un lienzo blanco deviniendo rojizo y ahora es un cielo lleno de pecas. Quieres sonreir para tí mismo pero no puedes evitar toser, pasar saliva y entonces un latigazo de nervios te cruza la columna, va hasta los pies y de un instante a otro te encuentras petrificado. El elevador vuelve a detenerse, ésta vez es más brusco, casi han perdido el equilibrio tú y ella. El momento es fortuito: ella se recoge el largo cabello y el aroma a manzanilla con alguna fruta que no reconoces te llena la nariz. Voltea con una sonrisa que se entremezcla complicidad y pregunta, algo cómo un ¿qué habrá sido eso? y ¿tú podrás sacarnos de aquí si algo pasara? Encoges los hombres e inmediatamente te golpeas la cabeza en silencio, encoger los hombros es un acto de cobardía, hay que mostrar entereza. Idiota, vuelves a pensar pues la sonrisa de ella ahora es de comprensión y empatía: ésta vez no importa ser el aristócrata, el actor de cine, el empresario con cuentas en las islas caimán. Ninguno de los disfraces servirán ésta vez y ahora sabes que el pánico será existencial: ¿Quién irás a ser ésta vez, sin ninguno de tus personajes? Estos elevadores, comenta ella y se queda a la mitad del comentario, esperando tal vez que tú seas quien responde. Sí, vas a responder tú cuando el elevador arranca de nuevo. Tú miras al techo y sonríes amargamente, crees que ella te mira y luego mira también al techo y descubres que los dos reflejos se descubren allá arriba, donde parecieran existir en otra dimensión que se va extrayendo a sí misma. Carraspeas y te das cuenta del desierto que es tu tráquea. Se ha ido por el caño todo lo que pudiste haber pensando. Sientes que el elevador va más rápido. De reojo la miras jugando con sus manos. Vas a decir algo, vas a soltar la frase que empieza con el "pues..." y que sigue de un "qué cosas" o "aquí vamos ya" o "le pasa a todos los elevadores", cualquier tontería -no puedes ser coherente entre tanto nervio- que pueda provocar al fin una...
Suena el timbre. La luz hace que todo desaparezca. Ella sonríe y avanza hacia el sol y tú sin pensarlo das un paso al frente.
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