martes, 15 de marzo de 2016

Los días quemados

Tenía que llegar el día: quemar los días que habíamos vivido, cambiar nuestros nombres, no decir adiós porque incluso decir adiós es una decisión que ella evita, tragarme el último trago como quien se traga el silencio, la arena del desierto, evitar las explicaciones con la vecina, decirles a ellos que los quiero tanto, 'ahora vengo' y no decirles 'nos hemos separado'. Llegaría el día, pero mi calendario estaba borrado, todos los días eran viernes y sábado, dejé de contar los años y cuando salí a la luz tuve que ponerme gafas y comprar un teléfono nuevo. Ella seguiría contando chistes en el bar de siempre, yo tomé mi sax y caminé hacia la casa de mi mejor amigo, esperando que siguiera habitando en el mismo edificio, ese que construyeron después del terremoto. Andrés no estaba, tuve que esperar a Toño, Tomás y el resto. Me dijeron: hagamos una fiesta sorpresa, pero yo nunca había tocado en una brass band y ellos ya pulían el sax y la tuba y los trombones. Qué carajos, me dije, y fuimos todos a comprar los instrumentos. Andrés no esperaba la sorpresa. Cuando abrió la puerta, yo escondí la mueca que me dejó Sofía con su decisión y en vez de tocar algo como Feel like Funkin' it up me salió In a Sentimental Mood y me miraron con ojos de conmiseración. Andrés me susurró al oido que mejor me sentara a beber un whiskey y Toño y Tomás y el resto de la banda hicieron temblar los vidrios sin asustar a nadie. Cuando regresé a casa la vecina quiso preguntarme qué había pasado con Sofía, pero abrí rápidamente la puerta. Dejé el sax sobre la mesa y me acosté a mirar el techo. Había olvidado esa foto que colgamos en el techo, como si fuéramos John Lennon y Yoko Ono. Quise tirarla con la escoba pero la foto estaba sujeta con demasiadas grapas y no había forma de hacerlo sin escalera. Me acosté sobre mi costado y encontré la fotografía que nos tomamos en Colorado. La azoté contra el buró y la puerta se abrió. Adentro estaban las cartas, decenas de cartas que le escribí cuando fui de tour por Canadá. Tenía que llegar el día. Al amanecer mis ojos se sostenían de dos bolsas negras y todavía no terminaba de romper las cartas. Pensé que eran decenas pero tal vez fueron doscientas. Al mediodía me llamaron para grabar. La pieza se había quedado incompleta. Me paré frente al micrófono. Volví a tocar In a Sentimental Mood. El productor me preguntó si necesitaba algo. Cambiar mi nombre, respondí.


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