Tenía
que llegar el día: quemar los días que habíamos vivido, cambiar
nuestros nombres, no decir adiós porque incluso decir adiós es una
decisión que ella evita, tragarme el último trago como quien se
traga el silencio, la arena del desierto, evitar las explicaciones
con la vecina, decirles a ellos que los quiero tanto, 'ahora vengo' y
no decirles 'nos hemos separado'. Llegaría el día, pero mi
calendario estaba borrado, todos los días eran viernes y sábado,
dejé de contar los años y cuando salí a la luz tuve que ponerme
gafas y comprar un teléfono nuevo. Ella seguiría contando chistes
en el bar de siempre, yo tomé mi sax y caminé hacia la casa de mi
mejor amigo, esperando que siguiera habitando en el mismo edificio,
ese que construyeron después del terremoto. Andrés no estaba, tuve
que esperar a Toño, Tomás y el resto. Me dijeron: hagamos una
fiesta sorpresa, pero yo nunca había tocado en una brass band y
ellos ya pulían el sax y la tuba y los trombones. Qué carajos, me
dije, y fuimos todos a comprar los instrumentos. Andrés no esperaba
la sorpresa. Cuando abrió la puerta, yo escondí la mueca que me
dejó Sofía con su decisión y en vez de tocar algo como Feel like
Funkin' it up me salió In a Sentimental Mood y me miraron con ojos
de conmiseración. Andrés me susurró al oido que mejor me sentara a
beber un whiskey y Toño y Tomás y el resto de la banda hicieron
temblar los vidrios sin asustar a nadie. Cuando regresé a casa la
vecina quiso preguntarme qué había pasado con Sofía, pero abrí
rápidamente la puerta. Dejé el sax sobre la mesa y me acosté a
mirar el techo. Había olvidado esa foto que colgamos en el techo,
como si fuéramos John Lennon y Yoko Ono. Quise tirarla con la escoba
pero la foto estaba sujeta con demasiadas grapas y no había forma de
hacerlo sin escalera. Me acosté sobre mi costado y encontré la
fotografía que nos tomamos en Colorado. La azoté contra el buró y
la puerta se abrió. Adentro estaban las cartas, decenas de cartas
que le escribí cuando fui de tour por Canadá. Tenía que llegar el
día. Al amanecer mis ojos se sostenían de dos bolsas negras y
todavía no terminaba de romper las cartas. Pensé que eran decenas
pero tal vez fueron doscientas. Al mediodía me llamaron para grabar.
La pieza se había quedado incompleta. Me paré frente al micrófono.
Volví a tocar In a Sentimental Mood. El productor me preguntó si
necesitaba algo. Cambiar mi nombre, respondí.
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