sábado, 2 de octubre de 2021

Seinfeld, una serie nueva que se filmó hace 30 años.

Que te ofenda no quiere decir que tengas la razón. Esta sabia frase del comediante Ricky Gervais debería ser el epígrafe, si Seinfeld fuera una novela. Una advertencia como las que todavía encontramos en algunas casas: cuidado con el perro. 

La otra, debería ser que la serie cómica más aclamada de la historia (sí, más que la persignadísima Friends), estuvo al aire de 1989 a 1998. De modo que, si los nuevos espectadores se encuentran con personajes o situaciones parecidas en otras series, como la mujer con la risa incómoda de Friends, el gemelo de manos de Joey, la discusión por el Sofá, etcétera, lo más probable es que ya haya sido hecho en Seinfeld. 

Además de las similitudes que puedan encontrarse, conviene darse cuenta cómo muchos actores que tuvieron sus protagónicos o papeles importantes en años recientes, los encontramos en Seinfeld, como una especie de punto en el mapa que otorga buena fortuna para los que desarrollaron sus carreras: Bryan Cranston (Malcolm in the middle, Breaking Bad), Anna Gun (Breaking Bad), Bob Odenkirk (Breaking Bad, Better Call Saul) e incluso la misma Courtney Cox (Friends), Catherine Keener (Being John Malkovich) y Debra Messing (Will and Grace), Sarah Silverman, James Spader por nombrar algunos y sin considerar los cameos de ya famosos como Jon Lovitz o Marisa Tomei.

Es imposible dar recetas para ver una serie de comedia. Lo cierto es que, si el espectador busca corrección política, aquí no la va a encontrar. Seinfeld se realizó en una época en la que el humor en la televisión se permitían burlarse de un grupo de ancianos en coches eléctricos, un niño en una burbuja o la fiesta nacional de los puertorriqueños, pero que también veía nacer estas agendas políticas de corrección y potencial empatía a grupos minoritarios. La serie incluye los temas sensibles y juega con ellos con ironía, en ocasiones mordaz, en otras no tanto. El final de la serie, que no revelaré en este sino en una entrega posterior, es un gran tratado sobre ello.

Otro consejo, o sugerencia para ver Seinfeld es que se conciba un mundo en el que los celulares eran escasos, el uso de internet también y por supuesto, no habían teléfonos inteligentes ni redes sociales. Era un mundo más real y menos platónico, más de fricción física y de menos fricción digital.

Si algo logró magistralmente Seinfeld, fue evidenciar la neurosis y la imposibilidad a ser feliz. No me extraña que hoy día, se encuentren cientos de personajes de la vida real que parecen extraídos de la serie: personas que no son capaces de verse a sí mismas como neuróticas y fallidas, como ególatras y egocéntricas que no están dispuestas a negociar ni a perder las ideas que han ido construyendo sin diálogo o interpelación. Esas personas que viven en un eterno soliloquio donde ellas se responden a sí mismas, probablemente se encontrarán representadas en Seinfeld

En una ocasión, la misma comediante/actriz Sarah Silverman, contó en una rutina de stand up que una mujer mexicana le vino a reclamar porque en un chiste, Sarah decía que los mexicanos olíamos feo. "Yo no huelo feo" le dijo la mexicana. Sarah le contestó, "eso no lo puedes saber porque no puedes olerte a tí misma". Lejos de ofenderme, yo, siendo mexicano, solté la carcajada. Buscar conmiseración, antes que respeto, ha sido una constante en las agendas de muchas minorías. El respeto se pelea y, por fortuna, muchos grupos lo han logrado. Otros, indefensos, tienen que encontrar quienes aboguen por ellos. Seinfeld empero, no discrimina, pues la igualdad que propone Seinfeld es que todos tenemos los mismos derechos y obligaciones: derechos a ser respetados y la obligación de ser mofados. 




miércoles, 8 de septiembre de 2021

Metacuento

Despierto en una nueva casa, que está dentro de otra casa que ya he abandonado. 

lunes, 1 de febrero de 2021

lunes, 23 de noviembre de 2020

Todos los días

Hoy empieza la semana.

Como todos los días, recuerdo que todos los días estoy tratando de olvidarte.

Es lunes apenas y ya sé que para el viernes habré repetido tu nombre al menos cinco veces. 

Iré a dormir musitando una palabra corta que significa buenos días, 

    buenas noches, 

    estoy aquí contigo,

    sí mi amor.

Despertaré, como todos los días, con la mitad de la cama llena de libros.

Cuando sea martes, volveré a contar los dedos de mi mano.

Entre miércoles y jueves escucharé el ronroneo de la cafetera,

    volveré a quemarme la mano y preguntaré al botiquín dónde está el alcohol.

Hacia el viernes los rompecabezas seguirán apilándose, esperándote.

Pero quién sabe, 

    tal vez todo cambie entre sábado o domingo.




jueves, 15 de octubre de 2020

hola

mira esta es una prueba

 

domingo, 8 de diciembre de 2019

Respiro nocturno

No han cambiado las noches en los últimos años. Tal vez nada. El cuerpo sigue esperando el último espasmo antes de la calma, mas el ruido avasalla y cubre todos los rincones. La calma nunca llega. La espera continúa, como una avispa que se acerca para ser provocada. Descubro que no hay literatura después del silencio y la ausencia, sino a partir de la misma que sirve como emancipadora de lo olvidado en las más profundas arcas de la memoria y el dolor. Los libros son los compañeros que se sientan en la sesión diaria del grupo de apoyo emocional. Olvidarlos es desatender a la empatía, porque en los últimos años, durante las noches sobretodo, escribir es escuchar a los otros para atreverse tímidamente a dar un paso: su nombre por favor, su condición y por qué decidió venir aquí.
TODOS: Gracias, Adrián.

sábado, 4 de mayo de 2019

La ideología detrás del compañerismo

Un optimista es un imbécil. Quien aplaude la sentencia, se apropia de la ideología, como un cristiano lo hace cuando otro menciona a Jesús en una sentencia. Como saludar con namasté. Defender el neoliberalismo o levantar la mano en señal nazi. Realmente no importa de dónde viene la aseveración. Al hacerla, se levanta la mano y se quedan otras abajo. Quienes levantan la mano están de acuerdo y, tribalmente, se convierten en amigos de inmediato. Porque es más importante seguir creyendo y mantenerlo hasta la muerte, que deponer el orgullo y decir: estaba equivocado. Al final, todos estamos equivocados, porque no hay verdades absolutas. Y creemos que son. ¿Qué sentido tendría, no creerlo? Dios no existe pero sí existe. Los optimistas son imbécilos pero son muy inteligentes. Los negros no deberían tener derechos pero sí los tienen. No debería existir la equidad de género pero sí debe existir. No hay derechos universales pero sí los hay. Y así. Sin embargo, hacernos viejos nos hace embudos. Ya no queremos escuchar diversas opiniones, porque estamos convencidos de nuestra ideología. De Jesucristo o de la imbecilidad de los optimistas. Y creemos que quienes piensan como nosotros refrendan esa ideología. Y entonces, creemos que estamos en lo correcto. Y entonces nos hacemos más viejos. Más nihilistas, más cristianos, más neoliberalistas, más racistas, más progresistas. Finalmente, más viejos.