Para Katia
Hoy es 2 de octubre del año 2025. En este 2 de octubre estoy sentado en otra silla, metafóricamente hablando. Hace 3 años, hicimos un viaje con Katia, mi ahora esposa. Nos subimos a la motocicleta, ella cargando tanto peso en su espalda que tuvimos que detenernos en cada caseta a lo largo de la autopista para descansar. Formalizábamos nuestra mudanza a Guadalajara. El único viaje similar que recuerdo, es el que he hecho virtualmente jugando un videojuego donde el personaje que uno controla viaja a caballo. Y aún así, no es ni ligeramente cercano a la experiencia. Recuerdo que le dije que entendía, con cierta proporción, lo que era viajar en el siglo XIX, antes de viajar en tren o en automotores. El cielo era distinto. Teníamos que calcular cuánto faltaba para llegar a una nube y esperar que no lloviera. Un viaje que ahora recorremos en 2 1/2 horas fue entonces un viaje de más de 4 horas. Viajar en esa compañía hacia un mundo nuevo, siendo el mundo disinto. Sin una coraza automotriz. Solo una motocicleta y nuestros cuerpos abrazados.
Hoy es 2 de octubre. Tengo casi 47 años. Hace 30 años, entrevisté a mi difunto padre, sobre el 2 de octubre de 1968. Era un ejercicio para una tarea de la prepa. Recuerdo todavía sus palabras y la crónica que me hizo del movimiento previo y del día crucial. Ese día mis padres, quienes eran estudiantes universitarios en la UNAM, no pudieron ir a Tlatelolco, porque mi padre tenía clase y su profesor no les permitió faltar y mi madre lo acompañaba.
Hoy es 2 de octubre. Mi padre ya no está para volver a entrevistarlo sobre esa noche fatídica de 1968 y mi madre, con quien tengo constantes conversaciones, prefiere hablar lo menos posible sobre esa noche. Y nuestra nueva historia cumple apenas 3 años. Hoy, las olas de años ancianos siguen resonando y el horizonte sigue esperándonos mientras navegamos hacia su rumbo.