Que te ofenda no quiere decir que tengas la razón. Esta sabia frase del comediante Ricky Gervais debería ser el epígrafe, si Seinfeld fuera una novela. Una advertencia como las que todavía encontramos en algunas casas: cuidado con el perro.
La otra, debería ser que la serie cómica más aclamada de la historia (sí, más que la persignadísima Friends), estuvo al aire de 1989 a 1998. De modo que, si los nuevos espectadores se encuentran con personajes o situaciones parecidas en otras series, como la mujer con la risa incómoda de Friends, el gemelo de manos de Joey, la discusión por el Sofá, etcétera, lo más probable es que ya haya sido hecho en Seinfeld.
Además de las similitudes que puedan encontrarse, conviene darse cuenta cómo muchos actores que tuvieron sus protagónicos o papeles importantes en años recientes, los encontramos en Seinfeld, como una especie de punto en el mapa que otorga buena fortuna para los que desarrollaron sus carreras: Bryan Cranston (Malcolm in the middle, Breaking Bad), Anna Gun (Breaking Bad), Bob Odenkirk (Breaking Bad, Better Call Saul) e incluso la misma Courtney Cox (Friends), Catherine Keener (Being John Malkovich) y Debra Messing (Will and Grace), Sarah Silverman, James Spader por nombrar algunos y sin considerar los cameos de ya famosos como Jon Lovitz o Marisa Tomei.
Es imposible dar recetas para ver una serie de comedia. Lo cierto es que, si el espectador busca corrección política, aquí no la va a encontrar. Seinfeld se realizó en una época en la que el humor en la televisión se permitían burlarse de un grupo de ancianos en coches eléctricos, un niño en una burbuja o la fiesta nacional de los puertorriqueños, pero que también veía nacer estas agendas políticas de corrección y potencial empatía a grupos minoritarios. La serie incluye los temas sensibles y juega con ellos con ironía, en ocasiones mordaz, en otras no tanto. El final de la serie, que no revelaré en este sino en una entrega posterior, es un gran tratado sobre ello.
Otro consejo, o sugerencia para ver Seinfeld es que se conciba un mundo en el que los celulares eran escasos, el uso de internet también y por supuesto, no habían teléfonos inteligentes ni redes sociales. Era un mundo más real y menos platónico, más de fricción física y de menos fricción digital.
Si algo logró magistralmente Seinfeld, fue evidenciar la neurosis y la imposibilidad a ser feliz. No me extraña que hoy día, se encuentren cientos de personajes de la vida real que parecen extraídos de la serie: personas que no son capaces de verse a sí mismas como neuróticas y fallidas, como ególatras y egocéntricas que no están dispuestas a negociar ni a perder las ideas que han ido construyendo sin diálogo o interpelación. Esas personas que viven en un eterno soliloquio donde ellas se responden a sí mismas, probablemente se encontrarán representadas en Seinfeld.
En una ocasión, la misma comediante/actriz Sarah Silverman, contó en una rutina de stand up que una mujer mexicana le vino a reclamar porque en un chiste, Sarah decía que los mexicanos olíamos feo. "Yo no huelo feo" le dijo la mexicana. Sarah le contestó, "eso no lo puedes saber porque no puedes olerte a tí misma". Lejos de ofenderme, yo, siendo mexicano, solté la carcajada. Buscar conmiseración, antes que respeto, ha sido una constante en las agendas de muchas minorías. El respeto se pelea y, por fortuna, muchos grupos lo han logrado. Otros, indefensos, tienen que encontrar quienes aboguen por ellos. Seinfeld empero, no discrimina, pues la igualdad que propone Seinfeld es que todos tenemos los mismos derechos y obligaciones: derechos a ser respetados y la obligación de ser mofados.